"Cuando era niña, todos los años para navidad, mi abuela compraba kits de costura para hacer adornos navideños. Nos reunimos a coser y bordar desde octubre, para que en diciembre estuviera todo listo.
Con ella aprendí diferentes tipos de puntadas, a poner lentejuelas, a bordar ojos y sonrisas y, con ella descubrí una actividad que sin darme cuenta me llenaba de calma. Bordar era una meditación activa.
Después de los adornos de navidad llegó el crochet, luego aprendí a tejer canastas, y así, la vida me ha presentado varias personas que me han enseñado a meditar con las manos.
La vida, una vez más, me puso la aguja y el hilo en el camino cuando pensé en bordar un vestido de baño que no me gustaba mucho en ese momento por ser muy viejo. Me demoré una semana bordando el vestido de baño, hice una mariposa, un animal que me gustaba mucho de niña, al final, el casi nuevo vestido de baño, me encantó.
Al verme al espejo sentí orgullo y reflexioné sobre todo lo que surgió en el proceso. El bordado me conectó con mi niña interior, y ver el vestido de baño que pensaba botar transformado, me abrió los ojos a nuevas posibilidades de las prendas de mi armario. Bordarlas dio inicio a un proceso de reparación conmigo misma al mismo tiempo que comencé a darle nuevas oportunidades a mi ropa.
Desde ese momento, bordar me ha acompañado para reparar(me)"
Memorias de Mariana Sarmiento.
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